Hay muy pocos lugares en España donde se respire más golf que en Club de Campo Villa de Madrid y la mayoría de ellos llevan la firma de Javier Arana. Nacido en Getxo en 1905, probablemente, el vasco es el diseñador de campos más conocido de España. El Saler, Golf El Prat o Guadalmina tienen su rubrica y permiten apreciar aquel mantra que tanto aplicaría a lo largo de su carrera: “Lo fundamental de un hoyo es que debe ser más difícil de lo que parece o parecer más difícil de lo que en realidad es”.
Hijo de Luis de Olibarri, la Federación Española de Golf se fundó en el salón de su casa en 1932 y su propio padre, también fundador de Neguri, fue presidente de la RFEG desde 1934. Licenciado en Derecho y Filosofía por la Universidad de Deusto, el giro inesperado a su pasión por el golf llegaría en realidad con el estallido de la Guerra Civil. Y también con su final.
Mientras su casa familiar, en la llamada ‘zona internacional’, fue utilizada en los inicios de contienda para acoger a los aviadores llegados desde la Unión Soviética, él se alistó en la V Brigada de Navarra. Su mando era el Teniente Coronel González de Mendoza, un madrileño nacido con el siglo XX que llegó a presidir la Real Sociedad Geográfica e incluso formó parte de National Geographical Society de Washington. De él aprendió las primeras nociones de ingeniería y cartografía que años después le convertirían en el mito que hoy es.
Aquellas mismas lecciones y su aprendizaje como jugador profesional le valieron tras 1939 para que la Federación le convirtiera en el principal responsable de la recuperación de los aquellos recorridos que los combates habían reducido a cenizas. El primero de ellos, el Club de Campo, un recorrido originalmente diseñado por el mítico Tom Simpson y que la batalla de Ciudad Universitaria había dejado completamente inservible.
Simpson siempre fue considerado un genio y un excéntrico a partes iguales. Tal y como narra Alfonso Erhardt Ybarra en su libro ‘Los campos de golf de Javier Arana’, Simpson era coleccionista de bastones para caminar y de alfombras persas, aunque también vivía obsesionado por anotar en una agenda cada uno de los vinos que cataba. Peculiaridades que no le impidieron convertirse en uno de los grandes arquitectos de golf de la primera mitad de siglo, especialmente porque sabía con quien asociarse.
Tom Simpson se asoció durante los felices años 20 con Philip MacKenzie Ross -suyo es el rediseño del Ailsa Course de Turnberry-, quien de algún modo influyó en el diseño original del Club de Campo de la misma manera que el propio Simpson influyó en la remodelación del recorrido cuando se asoció con Javier Arana entre 1945 y 1948. Ambos, Simpson y Arana, estuvieron cerca de retocar el diseño original de Herbert Fowler en Lasarte e incluso llegaron a realizar un estudio sobre el diseño de Harry Colt en Pedreña. Trabajo que sirvió para pulir aún más el talento natural del español, quien a partir de 1950 comenzaría su etapa dorada.
En 1952, el Club de Campo abrió un recorrido de nueve hoyos, siete de ellos diseñados por Arana. Cuatro años después llegarían los 18 hoyos completos, cuando Arana logró desarrollar nueve hoyos más y remodeló los 9 existentes. Ya en los años 60, Arana construyó otros nueve hoyos y el recorrido cambió levemente, al convertir los hoyos 15 y 18 en los actuales 7 y 9. Ya en 1993, Seve Ballesteros completaría el Villa de Madrid con otros nueve hoyos que definirían los actuales recorridos Negro y Amarillo.
El Club de Campo define a la perfección el mito de Javier Arana que, si bien quedó magistralmente retratado en el libro de Erhardt Ybarra, aún no sido puesto en valor ni en el lugar que le corresponde. Al menos el Recorrido Negro es la muestra perfecta de su trabajo y de sus influencias, desde aquel teniente coronel al mando de una tropa de requetes hasta el peso en sus diseños de las lecciones de Simpson y MacKenzie Ross. Y si tienen alguna duda, ahí está el par tres del hoyo 17 para demostrarlo.
Por Mario Díaz (subdirector de El Español)