Era viernes. 14 de octubre de 2005. Nunca olvidaré esa fecha. Fue un día grande para mí. Yo no soy de los que ha tenido la fortuna de mamar el golf desde crío. Era un deporte que no se estilaba en mi casa. Se veían las hazañas, los Masters de Olazábal, por supuesto, pero ni se practicaba, ni se veía en la tele más allá de la Ryder Cup. La de Valderrama, por ejemplo, pasó por mi vida de soslayo, lo que caía en algún Telediario y poco más.
Aquel 14 de octubre de hace catorce años vi por primera vez en directo a Seve Ballesteros. Aún no jugaba al golf, pero ya lo seguía semana a semana. Mi querido amigo David Durán se había encargado de meterme el vicio en vena. Aquel viernes, segunda jornada del Open de Madrid, me caí definitivamente del caballo y se iniciaba una relación que ha terminado convirtiendo al golf en mi vida.
No sólo era la primera vez que veía en directo a Seve, también fue mi estreno en un torneo profesional y, aunque me puede bailar este recuerdo, posiblemente también fue mi bautizo de fuego en un campo de golf. Yo venía del fútbol y del baloncesto, los deportes de los que habitualmente escribía cuando estaba en Marca, antes de iniciar mi aventura en Ten Golf, y lo que vi me impresionó.
Acostumbrado a los recintos acotados, aquello me pareció inabarcable. Me preguntaba, como periodista, lo difícil que debía ser, si no imposible, informar de un torneo de golf en el campo. No hay manera de verlos a todos ni de saber qué está pasando. Lo mismo estás siguiendo un partido y lo más importante está ocurriendo a varios kilómetros de distancia. Profesionalmente, qué cosas, me pareció una odisea. Claro que entonces no conocía las carpas de los torneos llamadas ‘Media Centre’ y el incansable trabajo que realizan los equipos de prensa (ay, la gran María Acacia López Bachiller) para facilitar las cosas a los intrépidos y, en ocasiones, muy perdidos escribanos.
Lo siguiente que me impresionó fue Severiano. Habíamos ido al torneo sólo y exclusivamente ese día para ver al genio cántabro los 18 hoyos. Cómo no. Yo lo estaba descubriendo, como un paleto, rodeado de aficionados que me daban mil vueltas en conocimiento y pasión. Más allá de su juego, que por aquel entonces no estaba precisamente en plenitud, ni yo tenía los conocimientos mínimos para enjuiciarlo, me asombró su personalidad, su manera de andar por el campo y, sobre todo, el modo con el que los aficionados que lo seguían más allá de las cuerdas lo miraban. Era interés y admiración, pero también mucho más que eso. Lo que desprendían era devoción. Como si fuera una aparición divina. Es la misma sensación que tuve un año después cuando vi por primera vez en directo a Tiger Woods en la Ryder Cup del K Club de Dublín. Parecía que el tiempo se detenía…
Todo aquello sucedió en el Club de Campo Villa de Madrid, el mismo escenario donde se juega este renovado y revitalizado Open de España. Por desgracia, ya no tenemos con nosotros al gran Seve, pero si por un casual es la primera vez que viene a ver un torneo de golf, le recomiendo que siga 18 hoyos a Jon Rahm. Si se fijan en los ojos de los aficionados verán una devoción muy parecida y, entonces, le embargará la sensación de que el tiempo, otra vez, se ha detenido.
Por: Alejandro Rodríguez