La presión, ese gran factor que separa a los grandes de las leyendas. Esa presión que a la mayoría consume, a Jon Rahm lo alimenta. Pasó en la Ryder Cup de París frente a Tiger, en el US Open con los dos putts mágicos en Torrey Pines o cuando en un playoff a cara de perro metió un putt de 22 metros para robarle a Dustin Johnson el BMW Champhionship. Hasta hoy.
Apareció en el hoyo 6 tres por encima del par y la gente que volvió a acudir en masa al Club de Campo Villa de Madrid no daba crédito. Un runrún extraño que se palpaba entre aficionados, prensa e incluso sus compañeros de partido, Arnaus y Besseling. Se lleva dando por ganador a Jon desde antes incluso de bajarse del avión y la explicación a por qué eso no va a ocurrir es bien sencilla: golf. El viernes salvó un día muy malo tirando 67 golpes. Hacer lo mismo dos días seguidos con el swing desajustado y sin meter un putt es prácticamente imposible.
El de Barrika volvió a tener un día de los que no está acostumbrado. Comenzó la vuelta con problemas desde el inicio, recordando el sufrimiento que vivió en la jornada del viernes. Un intento de ‘flop shot’ fallido en el hoyo 3 sería el preludio a un día muy duro.
Entre que el driver seguía sin hacerle caso y que el putter estaba congelado en el hoyo 5 saltaron todas las alarmas. Tiró una bola provisional tras un drive nefasto y ahí estalló. El vasco pegó un swing con toda la rabia al aire para descargar su frustración y lo peor estaba por llegar. Su primera bola acabó debajo de unos arbustos, la sacó como pudo y en el tercer golpe se le enganchó el palo con el rough. Doble bogey, drama y el calentón era ya de proporciones bíblicas.
En el 7 tiró un putt de eagle de esos que quitan el hipo. Con todo lo que tenía encima, el vasco se jugó el bigote y la tiró a morir en la cuesta. La bola prácticamente se quedó parada pero para tranquilidad de Jon la bola alcanzó el hoyo. Birdie dado y alivio general.
Fue momentáneo. Fíjense si algo no estaba en su sitio que hasta desde el bunker las cosas no salían. Su sacada desde la arena en el 11 es completamente inusual para sus estándares. Su cara era un poema. Entre la rabia y la desesperación. No encontraba explicación y es normal, hacía mucho tiempo que el vasco no desplegaba un juego tan pobre dos días seguidos. Lo que más le sacó de sus casillas fue el driver. Lleva dos jornadas que su efecto natural de bola de izquierda a derecha (fade) ha desaparecido. La bola no abre y Jon no podía creer como una y otra vez la bola salía recta en vez de abrirse. Toca pasar por talleres antes de Valderrama para intentar averiguar dónde está el problema. No es de extrañar que según acabó su ronda se fue directo a la cancha de prácticas.
En la parte final del recorrido se le vio más tranquilo, asumiendo que al fin y al cabo esto es golf y que va a haber días que no puedes vencer al campo, da igual lo bueno que seas. Habla muy bien de su mejora continua tratando de controlar sus emociones. El trabajo en el plano mental es visible. Atrás quedan esas imágenes de rabia descontrolada en sus inicios en el PGA Tour.
Cerró el día con 72 golpes, su peor resultado en un Open de España. Mañana saldrá a seis golpes de Rafa Cabrera-Bello que puso un -17 en lo alto de la clasificación. A pesar de ser una tarea milagrosa no tengan ninguna duda que desde el hoyo 1 va a salir a boquete.
Es el mejor del mundo de largo, el número 1 con todo merecimiento pero no es inmortal. Este sábado se ha llevado uno de los golpes más duros como profesional pero no se preocupen, volverá más fuerte.